En la Feria de Abril de Sevilla hay tiempo y lugares para todo. Lo propio es que los adultos disfruten del buen comer y beber en las casetas, aprovechen para bailar y charlar con familia y amigos, mientras los más pequeños esperan su turno. La mayoría de ellos intentan distraerse en el interior y en el exterior de la caseta de sus padres, pero cuando tienes ocho, nueve o diez años, la Feria da pocas soluciones para echar la tarde. La prioridad de los niños y niñas a esas edades es solo una: la Calle del infierno.
“¿Mamá, cuándo vamos a ir a los ‘cacharritos’?”
No está muy claro el porqué la calle del Infierno recibe tal nombre. Dicen que en 1933, en plena República y con la Feria ya finalizada, un concejal del Ayuntamiento de Sevilla criticó duramente la catadura moral de muchas atracciones. Algunas fuentes aseguran que de esta queja nace la denominación de esta zona de la Feria como la Calle del Infierno.
No obstante, no hay clarividencia histórica sobre el origen del nombre y las razones para bautizar a la calle de tal forma. Otros creen que el nombre tiene un nacimiento natural. El mismo procedería de la unión de luces, ruido, música, la megafonía de las atracciones, toda una mezcla para los sentidos.
En ese cóctel, los más pequeños disfrutan de todo tipo de atracciones. Los coches locos, el ratón vacilón, la casa del terror, el barco vikingo, la olla loca, la noria, el toro loco… son solo algunas de las preferidas por los niños y niñas. “Este es el dinero que hay para fichas y se ha terminado”, es la típica frase de los padres a sus hijos cuando uno o una solo piensa en volver a la caseta.
Transformación del entorno
Repasando los archivos del gran cronista Manuel Chaves Nogales sobre la primera Feria en 1847, uno se percata que la Feria de ahora y la de antes tienen muy poco que ver. “En la calle nueva de San Fernando habíase cubierto de anchos toldos, que amortiguaban los ardientes rayos de sol: contra la muralla que corría delante de la Fábrica de Tabacos se habían establecido tiendas de paños, ropas, fajas, peinetas, joyas y objetos de uso doméstico, no faltando en el lugar preferente el bazar de aquel popular marroquí a quien los sevillanos llamaban siempre “el moro islán”, y que solía vender fajas y dátiles en las ferias andaluzas”, decía Chaves Nogales.
Está claro que la Feria de Abril evoluciona con los tiempos y con lo que demanda su público. Lo que antes era un puesto de fajas, ahora es la casa del terror.
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